El tiempo no se detiene en Pradoluengo,
cada campanada de su reloj, marca la vida de su gente.
Cada siembra y cosecha de su valle, cada puntada de sus tejedoras, marcaron la historia de su pueblo.
Como las golondrinas buscan su nido cada año, así el poeta
también busco su hogar, encontrando una joya escondida en el valle. Un pueblo donde fluye el paso de su río, que da vida a la esencia de Castilla.
Sus paredes narran la historia, y las calles guardan ecos de antaño, entre paredes que el tiempo dobló y agrieto...
¡Todo un lienzo de un paisaje! Entre montañas, de arcoíris de verdes, solo es una pincelada del génesis y no olvidemos a sus santos.
El aire huele a pan recién horneado, a tradición que al alma abraza.
Y en sus tiendas mujeres, que dan la bienvenida al forastero.
Aún, todos te saludan sin conocerte...
¡Muy extraño en estos tiempos!
Pregonan tu historia... ¡Es de Bilbao!, ¡No es Argentino!
Todos te conocen y te observan...
¡Eres el nuevo!
¡Recuerda entrar con el pie derecho en el pueblo!
El viento trae el eco de las manos, de mujeres que tejieron
mientras el sol y las golondrinas huyen.
Las agujas ágiles al ritmo constante tejen una canción, crean calcetines de lana con devoción.
Cada puntada es un amor vibrante, a un futuro de trabajo y esfuerzo.
Los jóvenes son sanos y fuertes, alegran sus calles y aman el arte.
Las mujeres en sillas de ruedas, cuidadas por su gente, llegan al invierno de su vida orgullosas de su simiente.
Abrigaron los pies de muchos hombres, al calor de sus hogares.
Y muchos hombres pradoluenguinos, marcharon como emigrantes
e hicieron fortuna, otros predicaron el evangelio.
Y otros olvidados en el tiempo, no volvieron...
Murieron pobres en tierra extraña, hoy los homenajeamos, porque dieron su vida por su sueño.
Y esa es la vida... ¡Tu sueño!, tu hogar, tu familia.
Hoy sea, este homenaje a un pueblo que me recibe discretamente.
¡Espero tener pronto una cuadrilla y disfrutar con su gente!
Pronto llegará el invierno a mi vida...
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